El siguiente texto es el testimonio de Yolanda Bravo Saldaña. Tras ser diagnosticada con el síndrome Guillain-Barré y haber estado en terapia intensiva por más de 6 meses, Yolanda se encuentra en un proceso positivo de recuperación. A través del crowdfunding ha encontrado el respaldo y apoyo de muchas personas que la han ayudado a solventar los gastos derivados de su enfermedad. Compartimos con ustedes la historia detrás de la campaña Regresar a mi independencia tras Guillain-Barré.
Yo viajaba, andaba de arriba para abajo; daba clases de Historia de la Arquitectura (mi pasión) en la UIA campus Santa Fe; me reunía en cafés con mis amigos; me encantaba pasear por la ciudad y el país, y hasta, cuando había recursos, me iba a algún lugar de Estados Unidos, a escuchar a algún músico que me encantara. Sin embargo, todo eso se acabó el 12 de julio de 2021. Ese día, amanecí, según recuerdo, sintiéndome bien. Pensaba ir a nadar y tenía que entrevistar a un empresario para la revista Líderes mexicanos, en la cual colaboro. Conforme se estaba dando la entrevista, me fui dando cuenta que se atoraba mi lengua y no podía ni hablar, y el entrevistado, literalmente, no me entendía. Paré todo en seco y me fui de volada al hospital. En mi mente temía lo peor: “Tengo un derrame cerebral”, pensé.
Llegué al hospital (uno de los que sé, están en mi lista de mi aseguradora). Casi no podía estar de pie; ni podía llenar la hoja de ingreso; mi mano no respondía. Llegó una amiga para apoyarme. Entré a al área de Urgencias. Ahí vino el primer diagnóstico: Parálisis flácida, muy común en el Síndrome de Guillain-Barré, me dijeron. Me hablaban de una enfermedad que hasta ese día, escuchaba por primera vez. Entré al hospital y salí… siete meses después, con todo y un estoma (hoyo en el cuello) por haber estado con ventilador casi seis meses. Fue sólo cuando los doctores vieron que podía respirar por mi cuenta que me dejaron ir; lo demás, recuperar la fuerza y motricidad, sería en casa, con fisioterapia diaria.
Conocer a los demás
Cuando ya pude salir de casa, en silla de ruedas y con enfermero que me ayudara a ir al baño, a comer, etcétera, mi primer destino importante fue mi alberca (siempre he sido nadadora), ubicada en ese entonces en Centro Comercial Santa Fe. Los chicos de ese deportivo, fueron increíbles y me ayudaron en todo momento a entrar y salir de la alberca; desde pararme de la silla, hasta entrar al agua.
Sin embargo, no todo en Centro Santa Fe, que como dije, era el lugar al que más iba, era fácil como la alberca. A veces, nos íbamos a “babosear” por el centro comercial, lo que generaba que, en algún momento me dieran ganas de ir al baño. Y ahí, en ese tema, encontré todo tipo de “invisibilidad” ante el discapacitado; desde baños que no tiene lugares para gente que necesita de espacios especiales para poder hacer sus necesidades, hasta gente que, sin tener ninguna discapacidad, se meten en baños especiales, por no sé que razón.
Recuerdo, a manera de anécdota, que esperando afuera de un baño para personas especiales, en Palacio de Hierro, salió la mujer que estaba adentro; yo dije sarcásticamente: “¡milagro; este baño es milagroso; entras con una discapacidad y sales sano!” La señora en cuestión me volteó a ver, con mirada de odio absoluto, y se fue muy enojada, mascullando cosas que no alcancé a entender. Yo estaba enojada y comentaba con mi enfermera el porqué se metían a un baño especial (que a veces están mal diseñados), cuando a menos de un metro, estaba el baño normal. Es una pregunta que no he podido responderme… o sí: es que somos invisibles ante las personas “normales”.
Lo mismo sucede a los discapacitados motrices, es mi caso, con los lugares de estacionamiento; son especiales por una razón, ¿por qué? Porque son más anchos y espaciosos para movilizar la silla de ruedas. En cierta ocasión, nuevamente en Centro Comercial Santa Fe (pero puede ser en cualquier lado), nos íbamos a estacionar en un lugar especial, cuando un coche nos ganó el espacio. Vimos que bajó un joven que, pues no se veía con ningún problema motriz. El taxista con el que yo iba, le dijo: “Oiga, ese lugar es para discapacitados”. El joven, como muchos más, enojado, le repeló al taxista: “¡Todos los lugares son iguales y además, no me voy a tardar!”. Dicho eso, cerró molesto su puerta del carro y se metió al centro comercial. Nuevamente ¿qué pasó?; pues que soy invisible ante mucha gente; los “normales”, definitivamente, no nos ven.
Antes de cerrar mi breve reflexión sobre mi experiencia como discapacitada, la cual espero sea temporal, quiero comentar de otros “entes” o entidades para quienes somos invisibles, como son: arquitectos, ingenieros, constructores, gobierno. ¿A qué me refiero? A que transitar por algunas parte de la Ciudad de México, con silla de ruedas, es “deporte extremo”: calles con desniveles muy feos; oquedades, atarjeas abiertas o rampas que, como yo digo un tanto en broma “no son para discapacitados; son para discapacitar”. Ya no se diga acerca de la imposibilidad de moverse en ciertos vehículos públicos (reconozco que hay otros donde sí hay la posibilidad de ingresar a ellos).
En términos generales, yo veo una ciudad que no está diseñada para la gente que, en mi caso, tiene una discapacidad motriz; veo a personas que hacen rampas sin ningún cálculo exacto sobre cuál debe ser la pendiente para que realmente se suba o baje sin problema. Nuevamente, siento esa invisibilidad: veo personas que toman el elevador para gente con una discapacidad, cuando para subir y bajar, están las escaleras eléctricas; me enfrento a diario con gente que choca conmigo porque va, como robot, con su celular y obvio, yo soy la más invisible de todas.
Conclusión
Escribo sobre México, porque es donde vivo: Estamos ante una sociedad (sin generalizar) poco solidaria con el discapacitado; con personas que piensan que a ellos “nunca les pasará nada”; ante millones incapaces de apoyar económicamente a alguien, por mínima que sea la cantidad. Ante un México que, definitivamente, no ve al discapacitado; quien lo ve, es porque tiene en su familia a alguien similar.
¿Es necesario discapacitarse para abrir los ojos? Yo creo que no. En mi sueño utópico espero un México solidario con su prójimo; que tienda la mano a los demás; que deje atrás su egocentrismo protagónico y conozca la palabra empatía, que como se entiende coloquialmente es: “ponerse en los zapatos de los demás”. Cierro con esta frase del Talmud: quien salva una vida, salva al mundo entero… Ojalá así todos pensaran y actuaran.